Hay conversaciones que no se improvisan, aunque lleven tiempo rondando. Esta era una de esas. Después de ocho años compartiendo trabajo en BUILD:INN, sentarnos a hablar con Alberto era una forma de parar y pensar en voz alta.
Alberto Marín Sánchez es Chief Commercial Officer y Director de Relaciones Institucionales en Cementos Lemona, empresa vasca —perteneciente al grupo CRH— que lleva más de un siglo fabricando cemento, mortero, áridos y hormigón. También preside BUILD:INN, justo cuando la construcción en Euskadi empezó a pensarse no solo como un sector que ejecuta, sino como una industria que estructura.
Ahora hablamos de transformación, sostenibilidad, innovación… como si siempre hubieran formado parte del paisaje. Pero lo cierto es que aún estamos aprendiendo a darles cuerpo: convertir esas palabras en práctica, en acuerdos y en decisiones con dirección.
Para entrecomillar en texto: El reto no es solo tecnológico: es de visión compartida y gobernanza
Construir futuro es preguntarse qué tipo de país estamos diseñando
Has vivido la construcción desde sus cimientos, desde Cementos Lemona, y llevas siete años liderando desde una visión de ecosistema en BUILD:INN. ¿Qué ha cambiado en tu forma de entender esta industria desde que asumiste la presidencia?
Lo que ha cambiado no es la mirada, sino el plano desde el que se observa. Llevo más de 25 años en esta industria. He estado cerca del material, del proceso, del coste, de la obra. Sé lo que implica sostener un proyecto con rigor técnico y solvencia operativa. Pero desde la presidencia del clúster, lo que aparece es otra capa de lectura: una que obliga a pensar menos en la obra y más en el sistema.
Hoy veo la construcción como una pieza crítica en el engranaje de un país industrial avanzado. Una industria que genera más del 13 % del PIB vasco y sostiene más de 120.000 empleos. Pero, sobre todo, una industria que tiene la capacidad —y la responsabilidad— de ordenar cómo se habita, cómo se mueve y cómo se articula el territorio.
Estar en BUILD:INN me ha obligado a hacer una lectura más transversal. A entender que no todo lo que funciona en una empresa escala bien al conjunto. Y que la transformación del sector no vendrá solo de la tecnología, sino de la gobernanza, de las decisiones estructurales y de la capacidad de generar visión compartida.
Lo que más me ha cambiado es esto: ya no pienso solo en términos de eficiencia, sino de dirección. ¿Hacia dónde vamos como industria? ¿Y qué tipo de construcción necesita Euskadi para los próximos veinte años? Son preguntas incómodas, pero necesarias si aspiramos a algo más que cumplir plazos.
¿Qué desafíos del sector vives de forma más personal? ¿Hay alguno que realmente te quite el sueño o te obligue a mirar más allá del día a día?
Dormir, duermo. Pero hay temas que no se apagan con la jornada. Y en mi caso, tienen que ver con la sostenibilidad. Trabajo en una cementera: si alguien sabe lo que significa tener impacto, somos nosotros. El cemento representa cerca del 7 % de las emisiones globales. No es un dato abstracto. Es un dilema diario: cómo equilibrar exigencia climática y viabilidad industrial sin caer en atajos ni excusas.
En términos generales, lo que nos inquieta no es si tendremos soluciones tecnológicas. Las habrá. Lo difícil es todo lo que hay que mover alrededor: cómo llega el relevo, cómo se reorganiza una cadena productiva que aún arrastra inercias, cómo evitamos que la edad media del sector siga subiendo sin que pase nada.
Hay demasiados frentes abiertos al mismo tiempo: vivienda, talento, clima, regulación… Y como industria de la construcción, no podemos jugar a que esto nos pilla de refilón. Y eso implica responsabilidad, pero también una oportunidad que no deberíamos desaprovechar.
Llevas tiempo diciendo que “la construcción es una industria”. ¿Qué señales te hacen pensar que esa cultura empieza a calar, y qué barreras seguimos sin atrevernos a nombrar?
Decir que la construcción es una industria no es solo una declaración de principios; es una forma de ordenar la mirada. No hablamos ya de un sector disperso que reacciona, sino de una industria que —cada vez más— opera con lógica de sistema: con cadenas de valor reconocibles, con interdependencias técnicas y con impactos estructurales sobre el territorio, el empleo y la sostenibilidad.
¿Está esa cultura plenamente asentada? No todavía. Pero empiezan a verse señales consistentes: proyectos que se planifican con trazabilidad desde el inicio, colaboraciones tempranas entre agentes que antes ni se hablaban, e incluso renuncias a licitar cuando las condiciones no permiten cumplir con rigor. Son indicios modestos, pero reveladores.
La barrera principal no es tecnológica ni financiera: es organizativa.
Mientras países como Francia o Alemania apuntan a un 40 % de construcción industrializada en 2030, Euskadi parte de una realidad distinta, con sus propias fortalezas y limitaciones. ¿Qué tipo de horizonte deberíamos construir aquí, con criterios propios y desde nuestra estructura productiva?
Francia o Alemania operan con estructuras que no podemos trasladar sin más. Su mercado es más grande, más concentrado, y sus marcos regulatorios están diseñados para escalar. Eso permite hablar de un 40 % de industrialización con cierto respaldo técnico.
En Euskadi, el punto de partida es otro: más del 53 % de la facturación del sector viene de empresas con menos de 20 trabajadores. Tenemos una cadena de valor fragmentada, muy especializada en obra pública, pero también un tejido técnico sólido y relaciones estables en algunas áreas.
Por eso, más que copiar cifras, lo importante es marcar un horizonte propio. El Libro Blanco de la Industrialización, impulsado por VISESA (Gobierno Vasco), propone llegar a un 20–25 % de proyectos industrializados en 2030. Si ese proceso nos permite consolidar estándares, criterios comunes y cadenas de valor duraderas, estaremos construyendo algo con fundamento.
Eso sí: no será posible sin una política industrial que tenga en cuenta la realidad del sector. Si queremos que esto funcione, no podemos dejar fuera a quienes hoy sostienen la producción.
Desde dentro del sector solemos repetir que “tenemos que contar mejor lo que hacemos”. Pero más allá del relato, hay un reto real: atraer nuevas generaciones. ¿Qué mensaje le darías a una joven que hoy duda si este sector puede ofrecerle algo con sentido?
Le diría que mire más allá del estereotipo. La construcción necesita talento muy diverso: técnicos, especialistas, gestores, diseñadores, perfiles industriales, digitales, ambientales… Aquí no sobra nadie que aporte valor real. Y las condiciones —aunque no siempre se mencionan— son más competitivas que en muchos otros sectores.
Lomás especial de este oficio es algo que muchas veces se pasa por alto: la conexión directa entre tu trabajo y lo que cambia en la vida de las personas. Pocas profesiones permiten ver así, día a día, un impacto tangible y social.
Es verdad, el reto es grande. Pero precisamente por eso hay espacio para hacer carrera, para transformar inercias, para liderar procesos. Este sector no ofrece un camino para adaptarte: ofrece uno para cuestionar, para innovar, para liderar. Y si vienes con ganas de hacerlo mejor, ese sitio te está esperando